martes, septiembre 29, 2009

Si no fuera por Gaddafi




Supe que esta sería una historia particular cuando la recepcionista del hotel me dijo que mi habitación era la 209 y quedaba en el piso 10, no sin agregar que el ascensor del hotel sólo llega al noveno piso por lo que debía subir la maleta por las escaleras hasta llegar a mi habitación.
Luego a mi mente se viene ese flashback de recuerdos que pasaron de buscar mi acreditación de prensa hasta comprobar cuan lejos me encontraba del Hilton. Entre desinformados de seguridad y una temperatura que me estaba gratinando, llegué a la carpa de prensa, repleta de caras mayormente desconocidas que lucían preocupadas y atareadas, aunque luego que comprendí que el Facebook era la página más visitada.
Entren al hotel, salgan del hotel, escurrirse en el hotel. La gente no sabe lo angustioso del momento.
De pronto, en el lobby todos se agitan, casi que gritos ahogados, emoción contenida y aparece "el líder", como llaman a Gaddafi sus seguidores. Cual estrellas de rock llega en sus túnicas vaporosas que lo hacen ver como si flotara. Saluda la gente lo llama y casi todos sacan su celular para tomar una foto con la que puedan decir a sus nietos: yo vi a Gaddafi en persona (incluyéndome).
Al rato, otro menos carismático pero no menos exótico aparece ante nuestros ojos. La mayoría no lo conoce, o tal vez no lo ve por estar tapado por su séquito de guardaespaldas: es Mugabe. Me acerco con la misma curiosidad y el celular en mano mientras sus escoltas nos empujan. Uno de ellos me aparta sujetandome a la altura de la cadera y sólo en ese momento entendí que si hacia el menor movimiento iba a terminar tirado en el piso retorciendome. Solución: hazte el muertito.
Luego vinieron los chismes de Cris, como le llamamos por cariño, de que pidió una bicicleta; que los nigerianos se trajeron varias cosas para que les prepararan sus comidas típicas; que Evo jugó fútbol, y así como si todos fueramos corresponsales de Hola y no prensa seria.
Luego los "casa militar" parados en todas partes bajo el calor de madre margariteño, el funcionario con el audífono que nos perseguía para desalojarnos del hotel, el fotógrafo oficial del reino de Swazilandia que se vino bastante destapadito.
Pero lo más desconcertante era el calor, o tal vez el frio. Mientras nos congelabamos en la sala de prensa, cuando apenas abrias la puerta podías extrapolar tu mente y pensar que entrabas en un lujoso baño de vapor.
En torno a la foto oficial se suscita como el desenlace de una telenovela: a un desprevenido fotógrafo le "bajan" un lente 300 (que les aseguro no cabe en un bolsillo), luego el asesor de Cris dice que ella hablará en torno a la piscina para responder un par de preguntas, y yo me la imagine ya lanzada al agua por una desatada marabunta de prensa asistente.
Salen todos, se aglomeran, es un gentío, sonríen, se saludan, se abrazan, Michelle y Cris son las únicas damiselas entre aquel mar de gobernantes variopintos. Luego, justo al terminar se desata un turba eufórica de guardaespaldas intentando abrir paso a sus respectivos protegidos: golpes, porrazos y los mandatarios en medio de aquel despelote. Todos corren, Cris no puede hablar (obvio), hay alguno que otro que corre a la jaima beduina de Gaddafi, esa tienda instalada al otro lado de la piscina, para fotografiarla. Seguridad no se da abasto y al final poco a poco desaloja a todos del hotel.
Y es que Gaddafi fue como el centro de atención con sus atuendos, sus mujeres de seguridad llamadas leonas, su extensa comitiva, su decisión de arrasar con todo lo que había en una tienda de corte africano en el hotel, su paseo por el Sambil con fotos curiosos incluídas y todo ese misterio que busca tener en sus pasos.
La comida salvó la parte. Una carpa con capacidad por cientos o miles de platos esperaba cada día para asegurar "los tres golpes" a todos quienes merodeabamos la cita. En el Hesperia, al otro lado de la isla, había otra carpa igual, otra sala de prensa, otro iglú blanco en la puerta.
En la sala, un hombre gordo se instalaba en nuestra mesa de trabajo con una credencial que lo llamaba "canciller" de Namibia y con el nombre Hage Geingob, que me hizo buscarlo en internet y descubrir que era un impostor, al menos en su cargo y nombre, a menos que todos se llamen igual en aquel país. Si quieren busquenlo en internet para que vean que es una mezcla engañosa.
Largas charlas, varios acuerdos, diferentes enfoques y mucha agua bebida de por medio sirvieron para darle forma seria a la cumbre, aunque todos recordarán al delegado que levantó su mano y pidió la palabra para pedir que redujeran el frio al aire acondicionado.

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